TOM WAITS Real gone (ANTI-, 2004)


 Lo que verdaderamente distingue a Tom Waits es que continúa entendiendo la música como una revelación. Al contrario que la inmensa mayoría de sus coetáneos, no hace lo que puede sino lo que quiere. Y lo que quiere coincide con lo que necesita: dejarse llevar por sus canciones hasta lugares que ni siquiera preveía visitar. Le sucede desde que, trabajando en la banda sonora de One From The Heart (1982), conoció a su actual esposa, Kathleen Brennan. Y con más frecuencia a partir de su fichaje por Anti, cuando el muy notable Mule Variations (1999) nos devolvió el rajo que muchos, a la altura del infravalorado The Black Rider (1993), pretendían relegar al olvido. Y en ello sigue ahora que, tras el mayestático paréntesis de Alice (2002) y Blood Money (2002), dos caras de una moneda de tres centavos bien brechtiana, ha incorporado la práctica del cut’n’paste a su teoría de la instrumentación tradicional.

Readmitida la guitarra (y el tres) de Marc Ribot en su primera colaboración seria desde Rain Dogs (1985) y proscrito el piano por primera vez en su carrera, Real Gone no es un disco de hip hop, aunque podría. En su debut como percusionista vocal, Tom Waits grabó melodías y ritmos con su garganta de destilería y alquitrán, hizo tocar a la banda encima –repiten Larry Taylor (Canned Heat) en el bajo y Brian “Brain” Mantia (Primus) en la batería– y editó el resultado. Tenía en mente un rosario de cuentas pop y le ha salido un cilicio con cerdas de funk infecto, son beodo y blues caníbal. Porque “Don’t Go Into That Barn” comienza como “Matar a un ruiseñor” y acaba igual que “La noche del cazador”. Porque “Circus” no engaña y, spoken word mediante, es “Freaks” desde el principio. Y también porque “Shake It” y “Make It Rain” se meriendan en un santiamén a Jon Spencer y The White Stripes.

Sin abdicar de sus clásicas obsesiones –aparecen Louis Armstrong (“Dead And Lovely”), Bob Dylan (“Trampled Rose”) y James Brown (“Metropolitan Glide”)–, el imposible luthier del trombón-pez-espada inventa un futuro para su propio género. Compone el himno nacional de la redención (la estremecedora “Sins Of My Father”), se estrena como cantautor político con la preciosa “Day After Tomorrow” y contextualiza los muchos logros de Bone Machine (1992) en el mejor album (para mi) de este 2004.





Comentarios

Entradas populares de este blog

EL AVIADOR DRO Ciudadanos del imperio (DRO, 1986)

THE MISSION Masque (Mercury, 1992)

MATT PIUCCI Hellenes (Inbetween Records, 2000)